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Editorial El Contrapunto 15/03/2023

by Redacción
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Washington y Pekín se preparan para una guerra por Taiwán. Los marines estadounidenses están ya entrenando en su base de Okinawa, en Japón, ante la eventualidad de que China intente invadir la antigua isla de Formosa. Se trata de la unidad Darkside, el Tercer Batallón del Cuarto Regimiento de Marines de los Estados Unidos. Su misión será controlar una cadena de islas del archipiélago japonés para impedir el paso de la fuerza naval china al Pacifico. Y, llegado el caso, aerotransportar a sus hombres a Taiwán para evitar un desembarco chino. 

 

La dictadura comunista de China quiere aprovechar la inestabilidad generada en Europa por la invasión rusa de Ucrania para culminar sus propias pretensiones anexionista sobre Taiwán. 

 

Hace apenas 48 horas, el máximo líder del Partido Comunista Chino, Xi Jinping, renovó su amenaza a Taiwán y dijo que la reunificación de China es esencial. En el primer discurso de su tercer mandato, Xi Jinping culpó a fuerzas externas de colaborar con las aspiraciones independentistas de la isla. Se refería a los Estados Unidos, cuyo presidente, Joe Biden, ya ha asegurado que apoyará al régimen de Taipei ante cualquier amenaza.

 

Taiwán es un estado autónomo desde que, en 1949, los nacionalistas de Chiang Kai-Shek se refugiaron en la isla, huyendo del triunfo de los comunistas de Mao Tse-Tung en la China Continental. Se autoproclamaron como la auténtica República de China, frente a la República Popular de Mao, pero la antigua Formosa no ha sido reconocida como una nación independiente por la ONU, debido al veto de Pekín.

 

Tampoco España reconoce a Taiwán como un país independiente. Por eso, en Madrid no hay una embajada, sino una oficina económica y cultural que hace las veces de legación diplomática. En Europa, sólo el Estado Vaticano les otorga tratamiento diplomático. Pero esa es una deuda que tenemos pendiente con los taiwaneses, que han convertido su pequeño país en una modélica democracia y en una potencia tecnológica mundial, mientras que la China comunista sigue pisoteando los derechos humanos. 

 

China quiere recuperar Taiwán, al igual que ya controla Hong-Kong y Macao, después de que dejaran de ser colonias británica y portuguesa, respectivamente. Entre otras cosas, porque la pequeña isla, con 23 millones de habitantes, es un país altamente desarrollado, con una potente industria tecnológica, de acero, maquinaria, electrónica, audiovisual y productos químicos, y controla el 55 % del comercio internacional de chips o semiconductores. Posee tecnología punta, complicada y costosa de producir. Ni siquiera un gigante como China es capaz de emular esa capacidad tecnológica. Por eso ambiciona su control. 

 

Pekín ha decidido aumentar su gasto militar un 7,2 % este año, hasta los 210.000 millones de euros, para impulsar su capacidad para el combate. Los analistas de la CIA creen que su intención es invadir Taiwán en 2027, y que, mientras tanto, pretende incrementar su despliegue militar en la zona. 

 

China cuenta con más de dos millones de soldados profesionales, mientras que Taiwán tiene apenas 169.000. Es David contra Goliath. Por eso, ambos observan con atención un escenario similar, el de Ucrania ante Rusia. Pero la diferencia con respecto al conflicto en Europa es que, en este caso, Estados Unidos sí esta dispuesto a intervenir militarmente para defender al régimen de Taipei. Por eso, el Pentágono va a enviar a 300 militares para instruir a los oficiales taiwaneses, y planifica ya maniobras conjuntas de guerra aérea, marítima, terrestre, electrónica y cibernética. 

 

Es probable que Washington, al igual que Pekín, únicamente ambicione el control de esa poderosa factoría de semiconductores, elementos fundamentales para las nuevas tecnologías. Por eso, se habla ya de la “Guerra de los Chips”. 

 

Y, por eso, los comandos del Darkside, del Tercer Batallón del Cuarto Regimiento de Marines de la Armada de los Estados Unidos, entrenan, infatigablemente, en las selvas de Okinawa, con el rostro embadurnado de verde y negro, y con misiles Stinger en sus mochilas. 

 

Mientras tanto, los taiwaneses, más acostumbrados a los ordenadores y a la bata blanca del laboratorio, que a la ropa de camuflaje y al fusil de asalto, confían en la ayuda de Washington, ante una guerra que parece inevitable. 

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