Pedro Sánchez ha logrado el “milagro español”. El milagro de un gobierno capaz de enfrentarse con todos. No hay sector o colectivo que no se sienta penalizado, insultado o amenazado por sus políticas radicales.
Se ha enfrentado a los jueces, por sus intentos para asaltar a la Justicia.
A las familias, por no hacer nada para contener los precios.
A los autónomos, a los que, no sólo no ayuda, sino que les sube las cotizaciones.
A los jubilados, por ser incapaz de garantizar sus pensiones.
A los contribuyentes, por su exagerada voracidad fiscal.
A las mujeres, por poner en libertad a los violadores.
A las feministas, por despreciar la condición femenina con su Ley Trans.
A las trabajadoras del sexo, por pretender abolir la prostitución.
A los padres de familia, por negarles la potestad sobre sus hijos.
A los médicos, por señalarles si se niegan a practicar abortos.
A los ancianos, por hacer publicidad en favor de la eutanasia en los centros de tercera edad.
A las víctimas del terrorismo, por blanquear al pasado criminal de ETA.
A los catalanes, por no defender su derecho a usar el idioma español en su comunidad.
A los agricultores, por condenar al sector rural.
A los ganaderos, por la cruzada de su gobierno contra la carne.
A los cazadores, circos, romerías y tiendas de mascotas, por su ridícula Ley Animal.
A los conductores, por su acoso a los coches de combustión.
A los guardias civiles, por depurar a los mandos del Cuerpo que no se pliegan a sus exigencias.
A los policías, por dejarles indefensos con la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana.
A sus propios barones socialistas, por dinamitar sus expectativas electorales.
A sus socios de gobierno, los de Podemos, por no permitirles legislar a sus anchas.
Y a los empresarios, a los que castiga con impuestos, encorseta con su Contrarreforma Laboral, y ahora, insulta directamente con nombres y apellidos.
Ha sido su éxito político más reciente, conseguir que Ferrovial abandone España por falta de seguridad jurídica. Y, seguramente, esa huida no será la última, si Sánchez y sus ministros siguen boicoteando la creación de riqueza y la generación de puestos de trabajo. No parece muy razonable que el presidente del gobierno llame usureros y piratas a los empresarios españoles, y se dedique a insultar, con nombre y apellido, a personas que tanto han hecho por la “Marca España” como Rafael del Pino, Amancio Ortega o Juan Roig.
Si este es el “milagro español”, más vale que lleguen pronto las elecciones, porque, de lo contrario, sí vamos a necesitar un auténtico milagro para rescatar nuestro país.